domingo, 27 de febrero de 2011

El misterio de la mente.

    La mente es un gran misterio. Realmente poco sabemos de ella, y es en ella donde se fundamenta todo. La mente es nuestra amiga más inseparable y depende cómo nos relacionemos con ella, ésta puede ser aliada o enemiga. La mente tiene una gran facilidad para sumar sufrimiento al sufrimiento y conflicto al conflicto. Ese es su lado más inoperable, más destructivo y su naturaleza más indócil.
    Por contra, en la mente también hay simientes de sabiduría, como la generosidad, la paciencia, la ecuanimidad... Todas ellas en estado de letargo y que con nuestro trabajo interior tenemos que despertar y potenciar.
    La mente es nuestra intermediaría entre nuestra realidad interior y la realidad externa. La mente hace de filtro entre dos mundos interconectados y dependiendo de su dominio, ésta puede ser más fiable o tornarse como la más falsaria. Para ello hay que adiestrarla, ejercitarla y convertirla en nuestra fiel secretaria; mientras tanto, como la mejor de las ilusionistas, tratará de imponer sus prejuicios, miedos, inseguridades y un largo etcétera, distorsionando con todo ello la realidad aparente.
    A la mente se la puede considerar de dos tipos: mente ordinaria y mente quieta.
    La primera es con la que más nos relacionamos, se rige por los pares de opuestos y todo tipo de dualidad,  algo es bueno o es malo,  algo es blanco o es negro... En la mente ordinaria habitan todos los pensamientos, recuerdos, dudas, miedos... También se encuentra el goce y el placer. Esta mente es imprescindible para la vida cotidiana, para medir, comparar, evaluar. Es la herramienta del ego, en ella se sirve para, mediante el pensamiento, poder alzar su voz, y crear en la mayoría de las veces, un griterío espectral que nos envuelve y acapara. En el día a día cotidiano no podríamos manejarnos sin ella, pero a nivel interno puede provocar gran masa de desdicha. Una mente no dominada se vuelve dueña de todo, nos maneja cómo y cuando quiere, opera a su antojo y no se rinde a nuestra voluntad. Va del pasado al futuro y no consigue anclarse al presente, perdiéndose en último termino, el momento en el aquí y ahora. Como una gran hipnotizadora nos narcotiza en situaciones ya pasadas con su carga de culpabilidad, o de futuras vivencias con su carga de inseguridad. Todo ello se alimenta por nuestra atención dirigida incansablemente hacia el charloteo de nuestra mente. Como la proyección de un cinematógrafo, quedamos absortos ante el pase de imágenes que se van sucediendo en la pantalla mental, creyéndonos todo cuanto sale e identificándonos con todo su argumento.
    La mente quieta se esconde tras las capas que configuran nuestra personalidad. Los antiguos sabios lo comparan con el inmenso océano, donde en su superficie se encuentra toda la agitación y llegando a sus profundidades encontramos un estado de calma . En la mente quieta se encuentra otras simientes como la serenidad, la calma, el sosiego y la lucidez. A veces todos tenemos algún atisbo de esta mente, pero al no ser conscientes de la misma, se nos escapa la sensación sin haberla vivido en su totalidad. Los obstáculos que nos encontramos para bajar a las profundidades de la mente quieta son: dispersión mental, pensamientos, miedos, inseguridades y su principal director de orquesta: el ego. Es necesario cultivar y reeducar la mente. Una mente quieta es menos imperturbable por bombardeos del exterior.
   Para trabajar sobre nuestra mente debemos ejercitarla en la meditación, ya que como en un banco de pruebas, podremos ver desde otra perspectiva todo nuestro material psicomental. Primero aquietamos el cuerpo, para después aquietar la mente. Como se dice en el yoga: ¨Cuando cesa el pensamiento se revela el ser¨. Se trata, con diversos ejercicios, ir ganando poco a poco, cierto dominio en la mente. No se trata de dejar la mente en blanco como muchos piensan, ni de reflexionar sobre un tema hasta su conclusión final ( aunque hay un tipo de meditación de reflexión analítica), sino de observar de tal manera los pensamientos y emociones que permitan crear cierta distancia con los mismos. y así ganar el puesto de observador inafectado.
   Ganar el puesto de observador es situarse en el presente, donde el ego pierde toda su argumentación, pues no tiene donde agarrarse y ante su perdida de identidad se disuelve. En ese momento el observador es testigo inafectado de todos sus procesos y atestigua sin dar ningún juicio de valor, acopiando energías y no desperdiciándolas en etiquetas y en identificaciones que nos alejan de nuestro ser real.
    La experiencia integradora no se queda sólo en la práctica sentada, sino que poco a poco tenemos que ir incorporándola a nuestro día a día. Este estado permite sanear la mente, drenarla y disolver gran material inservible que por contra, nos aporta gran masa de sufrimiento.
    Tras la experiencia meditativa, el ego, siente un choque adicional que permite irle debilitando y potenciando la experiencia de ser, más que la idea de lo que soy.
    En miras hacia la realización integral, el buscador toma conciencia de que su principal obstáculo está en su mente, y tratando de sanearla, pondrá todos los medios a su alcance. Una mente bien encauzada será más fiable ante sus impresiones y tendencias, que hasta ahora han campado a sus anchas y  tenemos que refrenar.
    Se trata de desplegar la atención mental, la ecuanimidad, el sosiego, el desapego y así alcanzar, la lucidez, la sabiduría y la compasión.
   Ganar la mente es parte de ganarse a uno mismo, pues como diría Buda: ¨ A veces el hombre no puede controlar sus circunstancias, pero si puede controlar su mente¨.

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