jueves, 21 de julio de 2011

Elevar lo cotidiano al rango de sublime.


    Por identificación tendemos a colorear nuestro mundo interior con las acciones que llevamos a cabo en el plano exterior. Por querer renovar nuestra capacidad de asombro a cada instante, nos perdemos la frescura del momento, dejando pasar aquello que ya no podemos atrapar y por lo que tanto habíamos esperado.
    La verdadera monotonía no es aquella que rige la repetición de nuestros actos, pues es deber de uno el rotularlo como novedoso y no tedioso, como es la mayoría de los casos. La monotonía se halla en el pensamiento repetitivo, en la mecanicidad de nuestras actitudes.
    Vemos el mundo tal como refleja el nuestro propio. Según nos sentimos, nos relacionamos, desarrollamos , etc. No hay que esperar un derby para vivir un partido con intensidad. No hay que esperar al seleccionador para entregarnos en un entrenamiento.. No hay que esperar un pase para meter un gol.
    ¨ Cada momento cuenta ¨ dicen los maestros zen, cada instante es una manifestación que debemos elevar a la categoría de sublime.  El sopor del día a día es un arrastre de nuestra mente condicionada, que regida por pares de opuestos, salta de lo agradable a lo desagradable; de lo placentero a lo displacentero; de la euforía al abatismo.
    Sin cargar con la memoria del pasado, sin proyectar cómo debe ser un futuro idealizado, la mente toma consciencia de que cada paso cuenta, que el camino ya es en sí la meta , que el hecho más corriente lleva una carga de realización, y que los actos cotidianos pueden ser magnificados si los iluminamos con la  ¨ lampara de la atención ¨.
    Cuando sentimos rutina en el día a día, debemos chequear el material de dentro. Todo un mundo de miedos, temores, frustraciones, entremezclandose entre si y alternandose el protagonismo para recrearse en nuestro espacio mental. ¿Acaso eso no es rutina? ¿Es que no se repiten los mismos automatismos?
    Pretender hacer de nuestro exterior un entretenimiento continuo es alienarse del centro que nos ancla y no potenciar ciertos desarrollos que tenemos en latencia. La actitud de vivir el instante es un bálsamo para no caer en el sopor de lo cotidiano, y de ese modo elevar cualquier acto aparente al escalafón de la sublimidad.



     

 Nota: artículo publicado el 20 de junio de 2011 en la página de entrenadores de fútbol:    http://www.modernsoccer.net/                                                                                      

                        


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