domingo, 18 de marzo de 2012

El arte de la queja.

    El enredo de la queja es interminable. A través de ella manifestamos nuestro desacuerdo o disconformidad ante lo que consideramos injusto o precario. La queja como tal puede ser vía de desahogo, pero insuficiente para proceder a la resolución de problemas.



    Una queja aislada procede de una respuesta puntual a un momento determinado, pero la queja repetitiva que va engordando a través de su enredo procede de la actitud reactiva interna, que tiene su origen en la petrificada conducta de reacciones ante un hecho que no encajamos. La queja crea ligadura y va creando un surco por el cual recorremos un sendero en el que justificamos nuestro malestar, asociado a un componente externo del cual no tenemos ningún control. Esa queja repetitiva adormece al sujeto, pues no ve más allá de los muros de la prisión que ha ido creando ladrillo a ladrillo.

    Inmerso en una burbuja compuesta por percepciones que no le permiten ver más allá de sus incontrolables actitudes, la persona no alcanza lograr cerrar ningún círculo, dejándolos abiertos y restringiéndole de alcanzar plenitud y bienestar interior.

    La queja compulsiva es estéril, confunde más que resuelve, enreda más que corrige. Es ilimitada, pues se retroalimenta constantemente y empaña la consciencia alejándola del entendimiento correcto y la visión clara. Las más valiosas energías operan a disposición de encontrar motivos para insuflar una queja. Ésta se convierte en moneda de cambio en el mercado de la disconformidad.

    La queja puede ser la alarma de que algo no es correcto o consecuente, pero si no va asociada de su corrección se torna en pensamiento incontrolado y lejos del dominio de la mente, pues ésta queda a la merced de una ofuscación que añade más conflicto al conflicto en sí.
    El hecho de cubrir un espacio en este mundo nos posibilita voz y voto, y servido de un razonamiento consciente, la queja obtiene un carácter constructivo. Libre de conflicto, la queja, puede arrojar luz hacia aquello que pueda ser mejorable, pero luego está esa otra queja que queda residual en el interior y que dispara un sentimiento de continua insatisfacción y una lucha con la no aceptación inevitable.

    A veces es difícil no caer en la queja. Vemos injusticias diariamente y falta de coherencia por doquier. Es tal la impotencia que sentimos que nos vemos obligados a alzar la voz. No queda otra. Pero el hábito de la queja puede quedar arraigado a condicionar el carácter. Una cosa es la reivindicación de derechos o la libertad como seres libres, y otra la reacción a disconformar con todo y hacer uso de la queja para un oportunismo libre. Todo ello es lícito de reclamo, al igual que todo lo cercano hacia los derechos humanos y al igual que la queja a todo aquello que nos aleje de la integridad que debe sentir cualquier persona.

    De lo que se trata en desarticular es la queja neurótica en la que muchas veces el ego herido se oculta y nos incita hasta oírnos quejar. Es queja mecánica la que no es instrumentalizada como trampolín para movilizarnos y tratar de aunar mejoras. Es la queja que nos sumerge en ñoños estados anímicos y en la que demandamos una exigente consideración por parte del resto. Es la queja que en un momento dado sirve para manipular o ser manipulados, pues de alguna manera se espera una respuesta que cubra las expectativas demandadas.

    Transcender la inclinación a la queja neurótica y victimista, es tomar las riendas de la responsabilidad de cada uno y comprender que nuestro lado más difícil no puede ser resuelto por nadie. Es asumir que o actualizamos nuestros puntos de vista o seguiremos encadenados a la reactiva queja que altera el estado de ánimo y empobrece cada instante vivido, pues éste se mantiene cubierto por la nube que ensombrece la circunstancia.

    Dicen que el ser humano es inconformista por naturaleza, y en parte es bueno siempre que nos acerque a mejorar todo aquello de lo que no estamos conformes. Si se vuelve obsesivo o crónico sólo se verá una cara de la moneda. Si no tenemos algo, nos quejamos; si lo tenemos, nos quejamos porque no es como queremos o no se ajusta a lo que esperábamos. La queja es un péndulo que oscila de un lado a otro. Transcenderlo es situarse en la parte alta del péndulo -en su parte inmóvil-, observantes, y viendo cómo va perdiendo fuerza a medida que no nos implicamos en su empuje. La aversión o rechazo pueden ser los detonantes del inicio de una queja, que insistiendo en que sea fundada en razonamientos y asociado a velar por uno mismo, carecerá de interpretación racional y en ese surgimiento de no-aceptación, se desencadenará todo un arsenal de mecanismos que se activan frente a ese rechazo iniciado.

    La queja neurótica y repetitiva debe dejar paso a otro modo de percibir y reaccionar. Entender que muchas veces son nuestras percepciones fundadas en miedos o estrechos puntos de vista, lo que no permiten vivir fluyendo en la aceptación. Esa aceptación no es resignación, sino un entendimiento más amplio del alcance de la mejora.

    Cuando hablamos de nuestro mundo interior o la larga senda de la realización, vemos que no hay cabida para la queja, porque su desgaste elimina el extra que se necesita para proceder al empleo de herramientas que nos empujen a la mejora anímica y emocional, además de la espiritual y mental.

    La manera de vencer la queja mecánica es proceder a enfriarla sin reacciones desmesuradas. Tratar de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío. Contrarrestarla con su opuestos, como la aceptación consciente, la ecuanimidad y el desarrollo de las mejoras dentro de un margen razonable. Evitar el embaucamiento de los demás a través de la inclinación de la queja verbal; evitar ser embaucados a posicionarnos ante quejas de los otros. Evitar reacciones desmesuradas de rechazo ante lo inevitable y tratar de hacer de la queja un motor de movilización que permita desplegar una maniobra de mejora.

    En definitiva, hagamos por ocuparnos en vez de preocuparnos. Hagamos -si la situación lo requiere- por alzar la premisa de nuestras reivindicaciones sin estirarlo hasta convertirlo en esa queja de inercia que no hace más que rodar y rodar convirtiéndose en una gran bola de nieve.

Pongamos todos los medios para evolucionar y tratar de coger y soltar a cada momento, dándole su propio peso específico y no sacrificando nuestro potencial en rumiar el inconformismo que nos envuelve.

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