domingo, 22 de septiembre de 2013

El pensamiento.

   

El pensamiento es esa voz espectral que nos envuelve y acapara. Sin duda alguna es una herramienta del proceso de la evolución humana, convirtiéndose en imprescindible para el progreso y la diferenciación con otros seres que nos acompañan en la existencia.
    El pensamiento ha dado cabida a avances, discriminaciones, sentido de las necesidades y se ha manifestado a través de las palabras y los gestos. El pensamiento bien encauzado se ha materializado en arte, poesía, música, escritura, tecnología... A través de él se produjo el lenguaje, el raciocinio, la cognición, la lógica y el intelecto.

    Pero también un pensamiento mal empleado ha dado pie a todas las atrocidades que el ser humano haya podido realizar. Todas las guerras, todo el destrozo en la naturaleza, la codicia, la envidia, el afán imperioso de poder... Todo ello comenzó con un pensamiento, que lejos de la luz de la benevolencia, se plasmó en dolor ajeno y propio. Es también por todo ello un doble filo en el ser humano, pues puede sacar todo lo peor de nosotros, o por el contrario, incitarnos a verdaderos horrores.
    El pensamiento, como lo es la mente, es todo un misterio. Un misterio que no puede resolver otro misterio, como lo es el sentido de la vida. El pensamiento puede traducir, revelar, desvelar, profundizar y alcanzar en estados altos de lucidez, significados ocultos entre las apariencias de las cosas. Pero en lo que se refiere a designios existenciales, el pensamiento encuentra su limitación. Hay algo más en lo que el pensamiento pierde su poder, su utilidad. En las regiones de lo ignoto, el pensamiento no logra alcanzar la altitud donde se desvelan las interrogantes que aplastan al ser humano y le dejan en un punto de un puente que no puede cruzar. El pensamiento, pues, en planos de mística o búsqueda interior, llega un momento que se puede convertir en una carga, pues su peso específico pierde significado.

    La vida filtra a través del pensamiento, que es lo que lo edulcora y colorea, dándonos un informe a veces distinto de la realidad tal cual es. Será entonces en el dominio del pensamiento donde consigamos su máxima utilidad, porque a merced de él, nos manipula y zarandea constantemente. Entonces el pensamiento puede llegar a ser obsesivo y convertirse en un ruido de fondo infernal. Como un pedalear constante que coge inercia, el pensamiento se apodera de nosotros haciéndonos caer en su hipnosis y tendiéndonos la trampa de que nos identifiquemos con el mismo, dejando aprisionado al ser y solapando la verdadera naturaleza que no se manifiesta por ese ruido ensordecedor.
    La batuta la lleva el ego, que escondido detrás del pensamiento, orquesta su intencionalidad de alimentar la idea de separatividad. El pensamiento toma un dueño lejos de nuestra voluntad más directa. Convierte la vida en una descripción continua de lo que nos sucede, lo que nos es injusto o de lo que nos debería pasar y que merecemos. El pensamiento va describiendo cómo se siente el ego, la mayoría de las veces herido en su orgullo y buscando la estrategia de que algo no vuelva a suceder. El pensamiento va cayendo en un círculo cerrado, donde quedamos atrapados sin intuir una escapatoria. Un pensamiento así nos absorbe las mejores energías, siempre prestas a presagiar o confabular nuestros derechos (que no hay que confundir con el análisis lúcido de nuestros intereses), mutila apreciar lo que tenemos de frente porque no estamos en el presente, y no libera potenciales armónicos ni despliega habilidades.

    El pensamiento repercute y enlaza en cómo nos sentimos. Las emociones y las reacciones generan un tipo de pensamiento y viceversa. Así como nos sentimos, así pensamos. Así como pensamos, así nos sentimos. Controlar el pensamiento no es tarea fácil, porque hasta ahora ha campado a sus anchas con nuestro permiso. Poner orden a tanta manifestación pensante significa tener la intrepidez de dejar distancia con los mismos, y en esa lejanía observar y enfriar el pensamiento que al igual que surge, se desvanece. Entonces uno comienza a entender que el pensamiento tiene la realidad que nosotros queramos darle, y que la realidad que vivenciamos estará más o menos nutrida de los pensamientos que queramos aportarle.

    Si el pensamiento nos esclaviza, tenemos que ganar astucia sobre el mismo. Aprender a pensar encauzadamente y a dejar que los pensamientos se debiliten por sí solos negándoles nuestra atención. Es nuestra atención prestada a los pensamientos lo que les alimenta y atrae. EL pensamiento nos seduce y fascina, y eso hace que nos arrastremos ante su magnetismo oculto. Parece imposible estar sin pensar, y no hay que volverse amnésico, pero entender y comprender que la vida es mucho más que pensamientos.
    Cuando somos capaces de vivir sin el velo de los pensamientos, la experiencia es más directa. No hay tantos juicios de valor, ni tanta dualidad de a favor o en contra. La brisa en el rostro es experimentada, la rosa y su aroma no necesita lógica y un cielo estrellado no tiene por qué ser racionalizado.
    El pensamiento tiene su función y su importancia. Hablamos en todo momento del pensamiento discursivo e incontrolado. El no-pensamiento es la habilidad que proviene de intuir otra realidad no conceptuada. Saber en momentos determinados dejar el pensamiento a un lado, es aceptar la vida tal y cómo viene, sin adornos ni embestiduras. Es estar en apertura en el  aquí y ahora, y no dejarnos alejar de un presente que requiere de toda nuestra atención. Alejarnos del pensamiento ordinario es explorar otras zonas de la mente donde no se requiere de ese charloteo incesante y acaparador. Es entender con comunicación directa la existencia, entablar un dialogo silencioso pero cargado de información. Es reconciliarse con lo más genuino de nosotros sin llevar a cuestas tanta información que no es útil para acceder a nuestro recogimiento interior.

    El buscador sabe que el pensamiento, como han indicado muchas tradiciones de autorrealización, puede convertirse en un obstáculo, pero también sabe la importancia y el poder de un pensamiento bien empleado. A través de él hallará conocimientos, caerá en la cuenta de muchos aspectos, le permitirá indagar en el modo final de ser de todo lo aparente, le permitirá también no quedarse en la superficialidad de las cosas y tratar de hallar respuestas coherentes a su incesante búsqueda. Mediante el pensamiento procederá a efectuar prácticas para controlar y dominar su mente, y sobre el pensamiento, paradójicamente, catapultarse para subyugar el proceso pensante. Entenderá mediante el mismo el mensaje de personas o maestros realizados, comprenderá sus parábolas, analogías y ejemplos para facilitar el acceso que depende del nivel de comprensión de la persona.
    Así el pensamiento se convierte en un compañero de fatigas en el viaje interior, pero lo que ya sabe el buscador es que en un momento de ese viaje, el pensamiento no podrá acompañarle. Será entonces cuando le agradezca su cooperación, pero el camino entonces será más estrecho y el pensamiento con su funcionalidad no coge por ese sinuoso sendero.

    La vida está ahí, esperándonos, en apertura para recibirnos. No nos enredemos tanto en lógicas aplastantes y dejemos el pensamiento a un lado cuando lo estimemos oportuno. Para ello la técnica de la meditación nos enseña a manejar ese pensamiento incontrolado y a observar su proceso de surgir y desvanecerse.
   

    Sepamos aparcar el pensamiento cuando realmente lo merece; utilicémosle cuando su utilidad sea necesaria. El pensamiento puede estar un rato sin nosotros, nosotros podemos vivir y experimentar un rato sin él.








1 comentario:

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