viernes, 27 de diciembre de 2013

La visión penetrativa.

    La visión penetrativa, o cabal, es el logro de despertar en medio de toda una interactuación de fenómenos. Es una fina brecha que traspasa una inmensa oscuridad, y permite acceder a otro tipo de realidad que queda ocultada bajo las capas de la apariencia.
    Mirar no es lo mismo que ver, y ver puede quedar reducido a una interpretación coloreada por impresiones, percepciones y todo un conjunto de arropos que sobreponemos a las cosas. Es entonces cuando lo que vemos es lo que queremos ver, y creemos aquello que infundamos tanto de anhelos como de temores. De esa manera se escapa una preciosa manera de ver las cosas, que no es más que tal y como es, sin colorear ni argumentar a favor o en contra.
    Ver a través de reacciones, miedos, inseguridades o filtros psicoemocionales, juega un papel importantísimo la interpretación. De ahí que zarandeemos de un lado para otro y oscilemos de algo grato a algo desagradable. Ello genera desubicarnos de nuestro eje de equilibrio y estemos a expensas de nuestras reacciones desorbitadas. Si la visión se empaña, la claridad mental se enturbia. Por ende, todo nuestro estado interior se ve agitado y la armonía deja espacio a otro modo particular de vivenciar lo que acontece.
    La existencia se compone de planos, dimensiones y esferas de las que muchas escapan a nuestras razones. La vida es real, no un juego o un espejismo, pero ofrece un marco de ilusiones que obnubilan la consciencia del ser humano. Éstos se manifiestan a través de los fenómenos que se presentan, y que como dijera Buda, su cualidad es la impermanencia, la insustanciabilidad y la transitoriedad.
    Cuando hablamos de fenómenos no hay que ligarlo a lo transcendental o hechos paranormales, sino las propias sensaciones, emociones, reacciones, etcétera, que por su influencia en nosotros caemos en su identificación, dando por real lo que es adjunto, y creyendo como nuestro, rasgos de los que nos podemos desprender. Entonces los fenómenos obstaculizan la realidad tal cual es y ésta queda reducida a nuestra estrechez de miras.
    El proceso de identificación se basa en una repentina reacción que, al desplazarnos de nuestro centro, favorece acercarnos tanto a lo que provoca la reacción, que al final, como un camaleón, nos vemos prendidos en su color. Inmersos en las reacciones y la identificación de procesos que surgen y se desvanecen, la mente de la persona queda atrapada en su propia vorágine, cayendo presa de surcos repetitivos de pensamientos, apegos y rechazos. Las impresiones, al no estar amparadas bajo la luz de la visión inafectada, deja una huella en la pantalla mental, que después se requerirá de un ejercitamiento y adiestramiento posterior, para enfriar y borrar esa ¨huella¨ que ha quedado instalada y que nos incita a reaccionar una y otra vez para retroalimentarse. De esa manera, la salud emocional y los rasgos de carácter, pueden ir mermando en detrimento de una integración psicológica y de una manera de ¨tomar¨ las cosas.
    La visión penetrativa atraviesa el fenómeno a través de su observancia, en la que libre de juicios de valor y con equilibrio, se dedica a atestiguar el surgir y desvanecer del mismo, sin ser arrastrado ni condicionado de esa red de fascinaciones que aunque se expongan no nos prenden, que aunque aparezcan, ya no se alimenta de nuestra atención prestada (con lo que la guardamos para otros fines más constructivos), y con ello, vamos ganando terreno a la libertad interior. El desarrollo de una visión más nítida y que atraviese los velos de la ignorancia (no la ignorancia de falta de conocimientos, sino lo anteriormente mencionada sobre la identificación) se debe efectuar bajo una eclosión de la atención mental, en la que desprenderá una alerta para hacer más panorámicas las opciones y no morder siempre el mismo anzuelo.
    La visión lúcida nos alejará de las trampas mentales que despiertan ofuscación, malestar, y todo un nido de rarezas con las que convivimos habitualmente en nuestro hogar interior. Al captar la naturaleza de los fenómenos, comprenderemos cómo la dinámica existencial adquiere un rango distinto y al que ya no se predispone tanto nuestro aferramiento, generando con ello una mayor capacidad de soltar y fluir acorde a un ritmo más equilibrado. Para trabajar esa visión más penetrativa, el ejercicio de oro es la meditación sentada, particularmente ¨vipassana¨, donde después, esa misma actitud será extendida a la vida ordinaria.
    En la propia meditación se pondrá a prueba muchas herramientas que no terminan de emerger, precisamente, por no alcanzar grados más altos de consciencia. Entre ellas: la paciencia, el equilibrio de ánimo o ecuanimidad, el sosiego, la atención mental, la observancia inafectada, la calma interior, el sosiego y, un largo etcétera. Por contra, irán enfriándose, y en la medida de lo posible, disolviéndose, otros estados negativos y arraigados en todos nosotros que nos sabotean la paz interior.
    En la meditación, si se efectúa con rigurosidad, no hay escape, no hay entretenimientos ni saltos al pasado o al futuro. Es una instalación al momento presente dándole la bienvenida en apertura, sin edulcorar y con una actitud arreactiva que permitirá ver, con una capacidad distinta, el acceso a la realidad. Si se ejercita con perseverancia la ubicación de posicionarnos en un puesto que atestigua sin implicarse, repercutirá para desarrollar una manera distinta de enfocar sin oscilaciones. Eso no significa que de repente todo nos resulte indiferente; nada de eso. Las preferencias están al igual que lo que menos deseamos, pero la consciencia ¨testigo¨ da el mismo valor a ambos, no decantándose más por uno que por el otro, y así seremos menos arrebatados de nuestra claridad interior.
    Alcanzar esos niveles de visión purificada no es tarea fácil. Dependerá del temperamento y la naturaleza de la persona lo que hará, junto al ejercitamiento ligado a la actitud, que el sujeto, comience a manejarse con ese descubrimiento de aprisionamientos mentales, y logre abrir rendijas para ver más allá de los propios muros de su psicología petrificada.
    El buscador de lo Insondable sabe que en su recorrido de autoconocimiento deberá esclarecer su visión si quiere captar  ¨aquello¨ que permanece oculto tras las capas de lo aparente. En ese rastreo, los obstáculos disfrazados de fenómenos que van surgiendo, deben ser articulados, y en el caso de las emociones, enfriadas.
    Esa manera de desarrollar una visión que atraviese los velos de la ignorancia, creará en el buscador, otra percepción distinta, en donde, se revelará un modo final de ser de todo lo fenoménico.




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