martes, 28 de enero de 2014

Cartas desde el Nirvana. Capítulo 2.

Graciela había preparado la comida y estaba apunto de servirla.
Siempre puntual debido a las estrictas normas de la
casa, la asistenta trataba de de estar solícita en todo momento
y así colmar las exigencias de la familia a la que servía.
Daniel también era puntual. De forma automática bajaba
de su habitación a las dos en punto y se incorporaba en la mesa
para comer. Matías observaba las noticias y en voz baja criticaba
duramente a quien salía. Daniel, acostumbrado a ese entorno
miraba el televisor, pero no reparaba en las catastróficas
noticias que aparecían, pues se sentía ajeno a las mismas y no
despertaban en él la más mínima sensibilidad.
Gloria, por el contrario, era la última en situarse y despertaba
miradas de su suegro que trataba de ignorar. Ella mantenía
el talante en calma y trataba de exhalar un sosiego que era entorpecido
por la atmósfera enrarecida que habitaba su hogar.
Graciela ya hacía tiempo que se había percatado de ello, y siempre
trataba de mantenerse al margen.
Una vez habían empezado a comer, Matías comenzaba su
habitual despliegue de comentarios impertinentes.
- Espero que la próxima vez elijáis un sitio para celebrar tu
cumpleaños – dijo con brusquedad.
- No creo que a nadie le molestara ese día – respondió Gloria
cabizbaja.
- No me estaba dirigiendo a ti.
Daniel sin separar la mirada de la comida, dijo:
- Trataré el próximo año de tener el suficiente dinero como
para poder prescindir de esta casa.
Matías comenzaba a airarse como era habitual en él. Se sentía
desafiado constantemente.
- Eso es lo que tienes que hacer, bastante habéis chupado
del bote.
El silencio impregnó la atmósfera. Matías después de haberse
cerciorado de que ninguno de los dos le iba a rebatir, prosiguió
comiendo. Gloria se había acostumbrado a morderse la
lengua constantemente, era un tema que le abría la herida una
y otra vez. Cuando murió Julián no pudieron hacer frente a los
gastos de su casa y no les quedó más remedio que trasladarse
con los abuelos del muchacho.
Una vez transcurrida la comida, Graciela retiró los platos y
sirvió los cafés. Esta vez no ajustó la temperatura al gusto de
Matías y fue reprendida por ello. Gloria por otra parte, le agradecía
con una sonrisa la amabilidad con la que le atendía. Daniel
también tomó café, estaba cogiendo el hábito de tomarlo
después de comer mientras conversaba algún tema con su
madre.
En esa sobremesa, Daniel, le confidenciaba a su madre que
había hablado con su tío Nicolás, y que le había facilitado una
entrevista en un prestigioso bufete. Gloria frunció el ceño, no
quería que su hijo consiguiera cosas a través de esa vía, pero
Daniel estaba atrapado en su entusiasmo. Por otro lado, tampoco
quería quitarle la ilusión a su hijo, pues había estudiado
mucho y había puesto empeño en lo que quería. El principal
miedo de Gloria era que su hijo se contaminara de ambiciones,
que no viera más allá de sus objetivos y que se perdiera la simpleza
de la que podría gozar. Difícil era encauzarle. Se sentía
sola en el empeño. La falta de la figura de su padre hizo cojear
una transmisión de valores que ella por sí sola, no era capaz de
realizar. Ya bastante tenía con que no cogiera los hábitos de su
abuelo, siempre negativo y arisco.
Daniel se levantó y se dirigió a su habitación. En unas horas
había quedado con Samuel para tomar algo y le gustaba tener
tiempo para arreglarse y elegir la ropa que ponerse.
Gloria tenía que ir a trabajar, pero tenía un breve respiro
para recostarse sobre el sofá del salón y deleitarse con libros
de poesía mientras terminaba de saborear el café. Matías se disponía
a recrear su ritual diario. Se retiraba a un rincón del salón
apagando previamente el televisor. Se sentaba en una mecedora
quedando de frente a una ventana y situándose de tal manera
que no había posibilidad de ver su rostro. La única manera era
acercándose a él, pero en cuanto se percataba, se giraba para
ordenar el más absoluto silencio. Durante dos o tres horas el
silencio impregnaba la casa. Graciela era muy cuidadosa de no
hacer ruido. Gloria, acostumbrada a esa situación aprovechaba
para leer todo lo que podía, ya que no podía interrumpir con
la práctica de su instrumento favorito. Familiarizada con la situación,
Gloria, trataba de evadirse disfrutando de lecturas inspiradoras
y reveladoras.

Desde que fue despedida del conservatorio, tuvo que levantar
el vuelo dando clases particulares. Jamás entendió su
marcha, pues sin explicación alguna, la invitaron a salir del sitio
donde más realizada se sentía. Ante tal situación optó por dar
clases en la casa, pero Matías se opuso irremediablemente.
Consiguió dar clases en domicilios de personas muy acomodadas,
pero éstas eran menores que las que en cambio, sí hubieran
accedido a ir a su casa a reforzar o aprender el dominio del
piano. Eso implicó que su aportación económica no fuera
como antes, sintiéndose aún más reemplazada si cabe en la casa
donde habitaba. Todo ello aportaba más poder a Matías, pues
su capacidad de anular era evidente.
Gloria, amoldada, no fue capaz de perder la capacidad de
disfrutar con las pequeñas cosas. Todo adquiría una grandeza
extraordinaria, todo era intenso siempre y cuando se dejara llevar
por su deleite. A veces, entre sus lecturas, quedaba absorta
en sí misma acariciándose su cabello ondulado. Perdía la mirada
entre ensoñaciones. Recordaba pues, su juventud, su manera
de ver la vida, y cómo no, su marido ya fallecido. Proyectaba
lo que hubiera sido su ideal de familia, siempre en armonía,
impregnado de coherencia. Todo un apoyo mutuo para ir escalando
las dificultades que la propia vida ya trata de prestar.
Pero la realidad era distinta. Su amor por su hijo le inyectaba
ganas e ilusión, pero experimentaba la soledad más cruda,
aquella que se manifiesta en medio de la multitud. Después se
perdía en el recordatorio de una misión encargada. Iba a mediar
en una transmisión más allá de lo establecido, allende a normas
o criterios petrificados. Un manantial que provenía de la ardua
tarea de conocerse a uno mismo. Un regalo que no todo el
mundo estaría dispuesto a recibir, pues incluía la incomodidad
de ponerlo en práctica para determinar su alcance.

Nuevamente emergían las dudas, quizás Daniel no estaba
preparado, pero el momento había llegado, era cuestión de encontrar
una rendija para hacer la transmisión, un momento que
Gloria no era capaz de encontrar.
Daniel, ajeno al estado dubitativo de su madre, se disponía
a prepararse para acudir a la cita con Samuel. Solían quedar en
el centro de la ciudad para tomar algo. A Daniel le gustaba arreglarse,
siempre con la ensoñación de que apareciera Cristina y
poder sorprenderla con su imagen. En ese sentido se sentía superior
a su amigo Samuel, pues a diferencia de él, era más alto
y tenía más talante. Desprendía atractivo y cierta elegancia. Su
cabello se aproximaba a un tono rubio y le resaltaba el color
claro de sus ojos. Samuel era más campechano, de cabello moreno
y con greñas, vestía muy casual y no gustaba de aparentar
a los demás. Aunque había diferencia entre los dos muchachos,
cierto era que se llevaban muy bien y se comprendían a la perfección.
Rara era la vez que discutían y se compenetraban fácilmente.
Daniel acudió a la cita en su coche, que dejó aparcado en el
parking. Fue hasta el bar irlandés donde se solían reunir todos
los amigos para tomar unas cervezas. Samuel llevaba tiempo
esperándole mientras jugaba una partida al billar. Nada más llegar,
Daniel, sin que se percatara Samuel de su presencia, le dio
un toque en el codo mientras éste se disponía a dar a la bola.
Samuel se volvió, y al ver a su mejor amigo, soltó el palo de billar
para darle un fuerte abrazo.
- ¿Qué tal, Samu?
- Ya era hora de que llegarás, ¿no?
- Ya sabes como está el tráfico a estas horas.
- Sí claro, el tráfico, siempre la misma excusa…
- En serio, cualquier día te lo demuestro.
- Sí, y también lo que tardas en vestirte y arreglarte ¡Cómo
si fuéramos de boda!
- Oye, cualquier ocasión es única para estar arreglado.
- Sí, pero ya llevo tres cervezas por esperarte, luego no digas
que te empiezo a decir tonterías.
Se empezaron a reír y tomaron sitio en la mesa en la que se
solían sentar. Daniel trataba de averiguar si aparecería Cristina,
pero ninguno de los presentes sabía nada.
Pidieron una ronda, y comenzaron a entablar conversación
preguntándose cómo les iba. Cada uno solía exponer sus expectativas
y deseos por alcanzar. Rondaban una edad en la que
la premisa era qué hacer con sus vidas, cómo encauzar todo
hacia aquello que anhelaban. En el círculo de Daniel había de
todo, desde más conformistas hasta más ambiciosos. El grupo
estaba conformado por tres amigos de Daniel. Eran de clase
media y casi todos provenían de familias muy trabajadoras. Daniel
era el único que resaltaba en el sentido de ciertas comodidades
y ventajas, de lo que los demás no disfrutaban. Eso era
algo que a priori no repercutía en la relación con sus amigos,
pues hasta ahora había sabido encajar en el grupo, y tan sólo
había fricciones en cuanto Daniel exigía ser el centro de atención.
Comenzaron a tomar las cervezas y Daniel sacó a relucir la
posibilidad de una entrevista de trabajo.
- Mi tío me va a facilitar una entrevista en un prestigioso bufete.
- ¿En serio? – respondió Samuel.
- Felicidades, Dani – dijo Esteban.
- Ahí tienes una gran oportunidad – agregó Luis.
- Sí, la verdad es que es una buena noticia y tengo muchas
ganas de comenzar a ganarme la vida sin depender de nadie.
- ¿Lo dices por tu abuelo? – preguntó Samuel.
- Es en general Samu. Sé que tengo muchas cosas que agradecer,
pero por otro lado, necesito salir y conocer mundo.
- Si yo fuera tú – continuó Samuel-, montaría un negocio.
- Aspiro a algo más – replicó Daniel.
- Es a lo que aspiro yo, Dani – contestó Samuel-, y además
lo voy a enfocar a reparar ordenadores.
- Pero ten en cuenta –prosiguió Esteban- que para eso tienes
que invertir.
- Sí, y además que sepamos tú no tienes dinero ahorrado –
sentenció Daniel.
Samuel comenzó a airarse por momentos. Él sabía de su
poca disponibilidad económica y le encendía que los demás no
le comprendieran.
- Lucharé por ello, por eso no os preocupéis.
En ese momento, Samuel tomó un trago y trató de utilizar
esos segundos para tranquilizarse. Luis era el más reservado y
su sueño era dirigir una biblioteca.
- Yo espero estar rodeado de libros – dijo Luis.
- No veo qué interés encuentras a eso –respondió Daniel-,
debe ser de lo más aburrido.
- Pero es su sueño –intervino Samuel.
- Ya, pero la vida es para aprovecharla y llegar a lo más alto
– dijo Daniel con tono serio.
- A lo más alto, ¿de dónde?- preguntó Samuel con sarcasmo.
- A lo máximo que pueda llegar una persona, no hay que ser
tan conformista como tú.
Esteban, observando cómo se caldeaba el ambiente por
momentos, se pronunció al respecto.
- A ver chicos, cada uno tiene que hacer lo que quiera con
su vida, y todo es respetable. Yo, por ejemplo, seguiré con la
zapatería de mi familia, así que cuando queráis un zapato nuevo
ya sabéis adónde ir.
En ese momento comenzaron a reír y empezaron a disiparse
ciertas tiranteces. Esteban volvió a retomar la conversación
invitándoles a su casa a comer. Samuel se levantó para
atender su móvil y salió a la calle. Para cuando volvió a la mesa
ya habían terminado la ronda y se apresuraron a pedir la segunda.
- ¿Quién era? –preguntó Luis.
- No es nadie, un compañero pesado de la academia.
- Ya, ya…, alguna compañera querrás decir – comentó Esteban
sonriendo.
Samuel poniéndose medio colorado se levantó a indicar al
camarero que incluyera una cerveza más en la ronda.
Daniel, ajeno a la respuesta no verbal de Samuel, se perdía
en su imaginación acerca de sus sueños como abogado. De repente
recibió un mensaje por el móvil de Cristina. El mensaje
decía que no contaran con ella porque le había surgido algo y
le iba a ser imposible. Daniel sentía como se llenaba de nubes
por dentro. Un día más perdido hacia la cercanía de la chica
que despertaba en él un máximo interés.
Al cabo de unas horas, acudieron a cenar a otra zona de
tapas. Ya los temas de conversación eran más variados, y no
predominaba la elección individualista del porvenir. El bullicio
embriagaba el ambiente en el que estaban, y el cruce de personas
aturdía la atención prestada en las conversaciones. Daniel
cambió la cerveza por el refresco, ya que en pocas horas cogería
de nuevo el coche para ir a su casa. El resto siguieron con sus
rondas, casi todos vivían próximos a la zona, y todos -incluso
Luis que era el más tímido- comenzaron a animarse y bromear
constantemente.
Daniel sentía que le faltaba algo. Había sentido una ilusión
cuando se arreglaba en su casa, que ahora se diluía en el ambiente
ensordecedor. Aguantaba el tipo; si por él fuese en ese
momento ya se habría largado, poco tenía ya que hacer y además,
él ya estaba en otra onda respecto a sus colegas que no
paraban de tomar cervezas y elevar el tono de la voz.
Al entrar la madrugada, Daniel se despidió. El resto le insistían
a quedarse y terminar la noche, pero él mantuvo su posición
de querer irse a casa y aprovechar el día después. Samuel,
Luis y Esteban, notablemente afectados por el alcohol, siguieron
su rumbo hacia los bares de copas. Daniel retomó el camino
hacia el parking y retornó hacia el ambiente en el que
había crecido desde los tres años.
Ya dentro del coche, experimentaba cierta cojera en su felicidad.
Se decía para sí mismo que si fuera acompañado de
Cristina, todo adquiriría un carácter más relevante. En ese momento
se imaginaba ocupando un puesto que hasta ahora no
le correspondía. Ensoñaba cómo junto a su imaginaria novia,
volvían a casa en su coche, dejando atrás a unos amigos que se
conformaban con cosas muy sencillas de la vida. Proyectaba
incluso cómo entraban en pequeñas discusiones comunes de
pareja, en el que él se reafirmaba frente a ella. Todo ello se recreaba
hacia un lado de la mente, mientras el otro permanecía
atento a la carretera. Su deseo era muy profundo. Ya no recordaba
en que momento comenzó a sentirse atraído por ella. Lo
cierto era que se empezaba a alimentar una fijación hacia ella
como a ninguna antes, y cada vez se instalaría más en su cabeza,
haciendo de esa idea una fotografía inmóvil en su psiquis.
Una vez llegó a su casa, toda esa ensoñación se desvaneció.
Volvía a la realidad. Volvía a entrar a una casa envuelta en una
atmósfera de imposiciones. Un ambiente de libertad cerrada,
un amor de su madre que no se esparcía como las fragancias,
chocando contra los muros de la incomprensión y la intransigencia.
Daniel no había desarrollado la capacidad para estas
apreciaciones, ya que miraba por él de una manera propia de
su personalidad. A él no le afectaba lo que siempre había presenciado,
lo catalogó como escenas normales, aunque siempre
intuía que su madre no se sentía con las alas abiertas. Creció
rodeado de necesidades cubiertas, incluso más de las básicas.
Agradecía la ayuda de su abuelo, que nunca era desinteresada,
pero que a él no le molestaba. Todas las miradas iban hacia el
exterior, todo apuntaba hacia fuera, todo lo había que acumular…
Pero no sólo eso estaba a la espera. Había algo que subyacía
de todo lo manifestado y que se apoyaría en palabras para
ser entendido. Algo que no agarraría con las manos, pero que
con la actitud adecuada, se dejaría ser rellenado y permitiría
que algo en él eclosionase. Ese algo permanecía en latencia,
aletargado, a la espera del momento adecuado, o al menos, la
intención era esa.
Ya en la cama algo seguía inquieto en él. Su mente no paraba
de proyectar futuros, imaginarse continuamente, anhelar…
Fue cayendo en el sueño profundo, fue transportado hacia
el mundo onírico, fue dejándose caer hacia lo más abismal de
sí mismo. Todo un cruce de imágenes componía su tráfico de
sueños. Fue cayendo y cayendo hasta alcanzar el sueño sin ensueños,
que sin él saberlo, es un manantial de descanso y reposición
de energías. Necesitaría muchas para encauzar la tarea
del entendimiento, y ajustar en su vida una sabiduría camuflada
en una comunicación que estaba por llegar.









martes, 14 de enero de 2014

Cartas desde el Nirvana. 1º Capítulo.

Las velas estaban encendidas. Daniel cogió aire y llenó los
pulmones para, tras una pausa, expulsarlo sobre las mismas.
Sólo una quedó encendida y, para su asombro, parecía que
se avivaba más la pequeña llama. Sin mirar al resto de los presentes,
Daniel repitió la misma secuencia y esta vez consiguió
extinguir la vela que hacía la suma de veinticinco. Todos los
demás comenzaron a aplaudir. La anécdota de la vela se disolvió
entre las felicitaciones que se dirigían hacia Daniel. El chico,
visiblemente emocionado fue devolviendo el gesto a todos los
que le rodeaban, entre ellos su mejor amigo Samuel, su mejor
amiga Cristina y todo un carrusel de familiares que se habían
desplazado a festejar su cumpleaños.
Su madre esperó pacientemente a que los demás le felicitasen.
Cuando llegó su turno, le abrazó como sólo una madre
puede hacerlo y al oído le dijo lo orgullosa que estaba de él. Le
dio un beso en la mejilla y se dirigió a ayudar a la asistenta a
traer bebida para todos los reunidos en el chalet.
Daniel divisó en el fondo del salón, junto a las ventanas, a
su abuelo Matías. Se estaba levantando de la mecedora en la

que habitualmente se situaba frente al cristal, y en la que solía
quedarse un par de horas en un ensimismado silencio. Nadie
sabía qué hacía, ya que de la manera en que se situaba no se
podía apreciar si dormía, pensaba o tan sólo miraba el paisaje
que ofrecía el ventanal. El recuerdo de Daniel sobre su abuelo
siempre fue ese. Todas las tardes después de comer se retiraba
a la mecedora, comenzaba a moverla, pero el balanceo se iba
aflojando cada vez más hasta quedarse inmóvil. Era el único
momento del día que guardaba silencio, y los demás lo agradecían,
ya que el mal humor del anciano se hacía notar allá donde
fuese. Matías andaba como buenamente podía, ya que su artrosis
le impedía cierta movilidad en sus articulaciones. Daniel
esperaba ansiosamente que se dirigiera hacia él, pero como de
costumbre, su abuelo cambió la dirección para ir hacia su habitación.
En ese momento Daniel se interpuso en su camino y
con ironía le pidió un abrazo. Su abuelo se lo dejó dar, pero
con gesto malhumorado siguió su rumbo sin reparar en la presencia
de los invitados. Vestía una bata de cuadros y zapatillas
de estar por casa. Su rostro marcado por las arrugas guardaba
una persona de gran carácter y temperamento.
Daniel corrió el tupido velo de las circunstancias para nuevamente
atender al resto. Sentía la exaltación propia de ese día,
se sentía rodeado de su gente, de su familia, pero nuevamente
se cruzó en su mente la viveza del recuerdo. Un recuerdo enterrado
en su memoria, pero que aquel día volvía a tener presencia.
Miró hacia los muebles del salón y ante el tumulto, se
quedó ensimismado mirando una imagen que nunca vio en la
realidad, excepto hasta la edad de los tres años, y donde la memoria
se evapora en la esfera de lo temporal. Una imagen que
había recreado en miles de ensoñaciones y que proyectaba sin
cesar durante toda su infancia. Una imagen que le recordaba la
ausencia de una persona que jamás había conocido.

La madre de Daniel se percató de la imagen de su hijo mirando
la fotografía de su padre. Se acercó sigilosamente y le
puso la mano en el hombro. El resto de personas seguían bordeando
la mesa de aperitivos, y absortos en sus conversaciones
no se dieron cuenta de la desaparición por ese instante de Daniel.
El chico clavó la mirada en la fotografía y se quedó absorto
en ella. En la imagen aparecía un hombre que rondaba
los treinta y pocos, ojos azules y el cabello rapado. La imagen
reflejaba una sonrisa indescriptible como la misteriosa Gioconda
de Leonardo. Lo que más le llamaba la atención a Daniel
era la túnica de color azafrán que permitía ver la fotografía, ya
que era únicamente el rostro y el cuello lo que se dejaba ver.
Se había acostumbrado a esa imagen, pero esta vez tomaba un
color distinto a otras ocasiones, era como si de alguna manera
le llamase, como si los ojos de su padre le miraran fijamente a
él.
En ese momento, su madre rompió el hechizo del ensimismamiento.
- Daniel, tu padre de alguna manera está aquí, siento su presencia.
La madre de Daniel despedía una sensibilidad única. Su profesión
como profesora de piano le facilitaba la manera de expresar
¨ aquello ¨ que no es posible con la palabra. Dada a
lecturas de poemas, grandes clásicos y todo aquello que conllevara
connotaciones místicas, Gloria disponía de una actitud
contemplativa fuera de lo normal. Expresaba compasión en
palabras y gestos. Era muy dada a la reflexión, y esta vez se sorprendía
de ver a su hijo en ese estado de absorción.
En ese momento se retiró respetando la inmovilidad de Daniel
que seguía petrificado frente a la fotografía. Le venía a la

memoria algo que siempre le había acompañado toda su niñez
e infancia. Daniel creció con la premisa de que sería heredero
de un tesoro por parte de su padre. Se preguntaba: ¨ ¿Qué podría
ser? ¨, ya que en principio tenía todas las necesidades cubiertas
y gozaba de todas las comodidades.
Se preguntaba también cómo no lo había recibido ya, ¿por
qué tanta espera? ¿Se trataría de una broma de mal gusto? ¿Habrían
confabulado para hacerle creer algo incierto?
A lo largo de su adolescencia veía cómo se le agotaba la paciencia
con ese tema, que en cambio su madre trataba de esquivar
y su abuelo, como siempre, negar. Ahora ya no le
impacientaba, tenía otras ambiciones. Acababa de sacarse la carrera
de Derecho y quería trabajar en uno de los mejores bufetes
de abogados. Quería ganar mucho dinero y si el tiempo era
gentil, le obsequiaría con el corazón de Cristina, su gran amiga
y en secreto, su gran amor. Un secreto que no compartía ni
con su mejor amigo Samuel, que aún conociéndole desde el
colegio, nunca se atrevió a confidenciar.
Todo su mundo estaba a sus espaldas. Su madre, su abuelo,
sus amigos… Todo un mundo que se fue configurando en un
clima que se mezclaba con la dulzura de su madre y la sequedad
de su abuelo. Una circunstancia que le obligó a crecer en ausencia
de su padre, extinguiéndose cuando apenas él tenía los
tres años, pero que debido a una buena posición económica y
patrimonial de la familia, se pudo aderezar la añoranza en el
hueco paterno. Daniel era hijo único, al igual que lo fuera su
padre, y aunque no mimado sí fue consentido, dada la naturaleza
de su madre a complacer todas las necesidades de su pequeño.
Ella veía en él la extensión del que fuera su marido, y
su corazón siempre generoso y compasivo, trataba de aliviar la
más mínima molestia en el muchacho. Eso hizo que la visión

de Daniel alguna vez fuera distorsionada, pues dado a tener
cuanto se le antojara, le costaba ver que en muchas ocasiones
no era el centro de atención.
Daniel, aunque miraba la fotografía, ya no la estaba viendo.
Su mente estaba inmersa en especulaciones por la posible herencia
a donar y también se extraviaba en si llegaría a revelar
los sentimientos tan profundos que sentía hacia su mejor
amiga. Un sinfín de pensamientos rondaban en la mente del
protagonista del cumpleaños. Dándose cuenta se giró hacia la
parte del salón donde estaban las demás personas. Se dirigió
hacia ellos y nuevamente quedaba a sus espaldas un aperitivo
de lo que estaba por llegar. Ignorando por completo un curso
de acontecimientos que jamás imaginaría, Daniel volvió a recuperar
la ilusión por celebrar sus veinticinco años rodeado de
sus más queridos. Atrás quedaba a lo lejos la imagen de su
padre representada en una fotografía. El tiempo había pasado
desde hacía años atrás, y aún siendo la misma imagen, cada vez
despertaba distintos sentimientos en él. Ajeno a los minutos
anteriores, quería que su fiesta fuera inolvidable para todos los
presentes.
Trataba de hacerse notar frente a Cristina, pero ella no le
devolvía ninguna insinuación excepto la puramente amistosa.
Daniel no cejaría en el empeño, pero ese día era para repartir
su atención entre los demás.
Samuel, su mejor amigo y confidente, le acercaba un refresco
mientras comentaba la actuación de su abuelo.
- Tu abuelo, como siempre, esquivando todo acontecimiento.
- Sí, Samu, ya sabes como es él, ahora estará encerrado en
su habitación deseando que la casa vuelva a quedarse vacía.
Llegó el momento de los regalos, y cada familiar le fue entregando
el suyo. Daniel, que no acostumbraba a necesitar ob-

jetos materiales, fue recibiendo todo tipo de ropa de marca,
perfumes, lo último en accesorios para móviles y todo un arsenal
de material para su disfrute. Algo dentro de él no le permitía
valorar ni disfrutar aquel recibimiento de objetos, pues
hastiado de ver completados sus deseos, ahora no había capacidad
de asombro para recibir aquellos regalos. Cristina le obsequió
con un CD de su grupo musical favorito, y quizás fue
el momento en el que más rápido le latió el corazón. Le temblaba
la voz al darle las gracias, y Cristina percatándose, se fue
retirando poco a poco. Samuel le entregó un reloj de bajo coste,
ya que el chico no disponía de comodidades económicas. Daniel
lo recibió pensando que no se lo pondría nunca, pero no
obstante se obligaba a valorar el esfuerzo de su amigo.
Todos los familiares se deleitaban del momento, veían a un
muchacho que lo tenía todo para comerse el mundo, y eso era
lo que más le repetían. Su madre, Gloria, prefería no entrar en
esos coloquios, pues su principal preocupación era que su hijo
estuviera bien en todo momento. Daniel sentía que su ego engordaba
con esos comentarios, pues su principal motivación
era ser competitivo y emprendedor, y además poder satisfacer
las expectativas que le depositaban en él sus familiares. En ese
instante se recluyó en ellos para exponer sus diferentes objetivos
en vida, dejando atrás a Samuel y a Cristina, que se vieron
en la obligación de comenzar una conversación dada las circunstancias.
Gloria, observando aquel detalle inconsciente de
su hijo, se sumó a la conversación con los chavales.
Daniel volvía a estar absorto, pero ahora en temas de alcanzar
el mayor éxito posible costase lo que costase. Nada dejaría
al azar, trataría de sacrificar todo cuanto pudiese, y los
familiares que le escuchaban, gozando de status cada uno de
ellos en diferentes empresas, apoyaban al muchacho con ánimos
renovados.
Una vez pasó la exaltación, Daniel observó como sus dos
amigos junto a su madre se divertían entre risas. Se acercó a
ellos y dirigiéndose a su madre le dijo:
- Mamá, por favor, no les aburras con tus historias.
- Para nada Dani –dijo Samuel-, estamos encantados como
siempre de escucharla.
Ahora eran ellos los que estaban concentrados en la conversación,
y Daniel sintiéndose destronado se dirigió a la cocina.
Allí se encontraba la asistenta. Graciela, que llevaba de
interna dos años, estaba superando el tiempo record, ya que
debido al carácter de Matías, las personas que anteriormente
asistieron en la casa, decidían marcharse sin completar un ciclo
de más de ese tiempo. Dos años era un margen de tiempo
donde la paciencia se ponía a prueba, y Graciela parecía estar
dispuesta a superarlo. Daniel tuvo el impulso de ayudarla a servir
los cafés, pero reaccionó y dijo para sí mismo que el día de
su cumpleaños era para ser el centro de atención. Vaciló por la
cocina y abrió la nevera para disimular. Graciela le observaba,
pero atendía su trabajo de tal manera que no permitía ninguna
distracción. Daniel salió de nuevo al salón y observó distintos
grupos que se fueron formando y cada uno inmerso en su diálogo.
Samuel, Cristina y su madre seguían intercambiando impresiones
y esta vez Daniel trató de acercarse a ellos. Escuchaba
a su madre contar anécdotas de su profesión como maestra de
piano a domicilio. Samuel y Cristina atendían embelesados a
Gloria, que con su voz pausada y tranquila, narraba los pormenores
a los que se enfrentaba en su transmisión de conocimientos
que impartía en sus clases. Al igual que al piano, Gloria
transmitía armonía y engatusaba a aquellos presentes que quedaban
prendados al oírla. Daniel no terminaba de conectar con

todo aquello, pasándole inadvertido todo lo que no tuviera que
ver con el aplacamiento de ambiciones. Menos entendía que
sus mejores amigos prestaran tanta atención a algo que para él,
carecía de fundamento.
Nicolás se acercó al muchacho. Era tío por parte de su
madre. Cogiéndole del hombro le dijo:
- ¡Ya estás hecho todo un hombre!
- ¡Gracias tío! – respondió Daniel.
- Ahora tienes que reflexionar mucho sobre tu futuro. Tienes
por delante un camino que debes aprovechar, tienes que
aplicarte bien y no dejar descuidadas tus ganas de comerte el
mundo.
- Tío Nicolás, pienso dejar nuestro apellido en lo más alto.
- ¡Así me gusta mi chico! Todos estaremos orgullosos de ti.
En ese momento irrumpió Gloria y dirigiéndose a su hermano
le dijo:
- Su padre estaría orgulloso de él, pero no hace falta que se
coma a nadie, ni tan siquiera que muerda el mundo.
- Es sólo una forma de hablar, hermanita.
Gloria temía que su hermano influyera en su hijo. Nicolás
era dueño de una empresa de cosmetología y dada su naturaleza
siempre había dado preferencia a sus objetivos que a la relación
con los demás, llegando a una edad adulta rodeado de
soledad, falta de amigos y sin ningún confidente donde reposar
sus inquietudes. No llegó a durarle ninguna novia y él se acabó
acostumbrando a la soltería. Daniel era para él como un hijo,
pero pretendía que siguiera sus mismos pasos. Su sobrino le
admiraba, pero tampoco le terminaba de completar como hubiera
hecho un padre.

Gloria pudo retirar a su hijo del alcance de su tío. Mirando
con ternura a Daniel le dijo:
- Hoy es un día especial, no va a haber ningún día que vuelvas
a cumplir esta edad, no pienses en el futuro separando los
pies de este momento, porque quizás tengas ahora más riquezas
de las que puedas alcanzar.
Daniel se quedó pensativo, pues tan sólo veía una reprimenda
por planificar tanto su futuro y casi convertirlo en monotema.
Lo que no exprimía era la carga de razón que
escondían las palabras, pues sus deseos ambiciosos fulminaban
cualquier posibilidad de entendimiento.
La tarde se fue evaporando hasta entrar la noche. Poco a
poco los invitados fueron marchándose, y Graciela disponía de
espacio para ir recogiendo y que no se le acumulase a última
hora todo el trabajo. Una vez quedaron Samuel y Cristina, Gloria
interpretó una canción al piano. La atmósfera se enriqueció
de una armonía musical que despertó la rabia de Daniel y propició
que saliera al jardín, dejando de nuevo a sus dos amigos
admirando la calidez de su madre. Daniel sentía el frío otoñal
en su rostro, sabía que no iba a durar mucho afuera, sólo lo suficiente
para llamar la atención. Samuel fue en su busca, algo
con lo que Daniel estaba familiarizado.
- ¿Qué te pasa, Dani? ¿Siempre huyes cuando suena el
piano?
- Me aburro enormemente con estas cosas, a lo mejor no sé
apreciarlo, ¿qué sé yo?
- Creo que tu madre toca de maravilla, lo que pasa es que
estás acostumbrado.
- Pues debo de estar acostumbrado a todo, porque todo me
aburre cada vez más.
Se produjo un silencio que fue roto por los aplausos que
Cristina dio a Gloria. Daniel hacía gesto con la cara como de
no querer creérselo, como de vergüenza ajena. Samuel se reía
del asunto y decidió meterse de nuevo en la casa.
Transcurrió un tiempo hasta que se despidieron los dos invitados
que quedaban. Graciela con su imparable actividad ya
casi había terminado de limpiar. El silencio volvió a impregnar
la atmósfera del hogar. Gloria de alguna manera lo agradecía,
ya que no era muy dada a este tipo de reuniones, pero esta vez
la ocasión lo requería. Su hijo acababa de cumplir una edad
muy importante que en ese momento sólo ella entendía por
qué. Había alcanzado una edad donde se le iban a revelar muchos
secretos a través de una comunicación que reposaba en
lo intemporal. Daniel, ajeno a este conocimiento, se retiraba a
su habitación donde trataría de aplacar su insatisfacción, de la
que no era consciente, entreteniéndose en Internet. Gloria miraba
la fotografía del que fue su marido. Aún después de veintidós
años, le costaba asimilar su ausencia. Ahora sentía que
había llegado el momento de cumplir su promesa. Una promesa
que Julián había depositado en sus manos antes de fallecer.
Gloria había esperado estos veintidós años para respetar las
connotaciones de la promesa y ajustarla a los deseos expresos
de su marido. Pacientemente observaba los rumores que aderezaba
lo que le esperaba a Daniel. Ella trataba de cambiar de
tema o de ignorarlo, sobre todo estando presente su hijo. No
quería que se desvirtuara el enigma que estaba a punto de revelarse.
Habían pasado muchos años desde la muerte de Julián,
fue todo un terremoto emocional perderle tan joven y a los tres
años de edad de su único hijo. Ahora aquel hijo sería el heredero
de un tesoro que pocos sabrían valorar.






domingo, 5 de enero de 2014

Cartas desde el Nirvana. (Próximamente)

                                                                   Sinopsis.


        Daniel ha cumplido veinticinco años y se siente preparado para enfrentar el mundo. Durante su infancia siempre escuchó que algún día recibiría una herencia por parte de su padre, fallecido por una enfermedad terminal cuando apenas él tenía tres años.

    Su padre, Julián, al enterarse de su trágico destino, quiso dejar a su hijo lo que él consideraba la mayor de las transmisiones. Sobre unas cartas realizadas en puño y letra, quiso insuflar algo más allá de consejos y deberes. Quiso ofrecerle una invitación a ahondar y conocer lo mejor de una Sabiduría perenne, un legado que a la espera de ser leído, se mantendría en reposo en las esferas de lo intemporal y donde daría pinceladas de un universo interior al que invitaría a su hijo a indagar.

    Su madre, Gloria, será la encargada de acercar esa comunicación entre padre e hijo y provocar una transmisión donde la dureza de la realidad siempre impidió el encuentro.  Portadora del legado depositado en unas cartas, esperará el momento indicado para acercar a Daniel un mensaje que su padre nunca pudo hacerle llegar en vida.

   Será su espera lo que complete una misión que le prometió a su marido antes de morir. Una labor encomendada para completar una relación entre dos seres que el destino alejó, y donde Julián quiso despedirse sellando lo que él consideraba un tesoro que nadie jamás le podría sustraer. Todo un cometido que implicará salvar un pasado en el que todos, incluso el abuelo Matías, tratarán de enterrar excepto ella, y donde su hijo Daniel, se convertirá en la piedra angular de una historia de sacrificio, amor y lucha, en un entorno de dificultades, ambiciones y juegos del destino.

    El momento ya ha llegado. La transmisión está a punto de ser realizada.

   ¿Comprenderá Daniel el sentido de las cartas?

   ¿Estará capacitado para asimilar un conocimiento que va más allá de lo establecido?

   ¿Conseguirá Julián crear un vínculo con su hijo y aportarle una herencia lejos de lo convencional?
  
    Algo está a punto de revelarse… Algo que obligará a girar hacia adentro…

    Algo que sólo puede provenir desde un lugar: el Nirvana.



                           
                                                               Editorial Círculo rojo.



                                                         Autor: Raúl Santos Caballero.
                                                              Blog: En busca del Ser.
                                           Para ponerse en contacto: raulyogos@gmail.com