martes, 28 de enero de 2014

Cartas desde el Nirvana. Capítulo 2.

Graciela había preparado la comida y estaba apunto de servirla.
Siempre puntual debido a las estrictas normas de la
casa, la asistenta trataba de de estar solícita en todo momento
y así colmar las exigencias de la familia a la que servía.
Daniel también era puntual. De forma automática bajaba
de su habitación a las dos en punto y se incorporaba en la mesa
para comer. Matías observaba las noticias y en voz baja criticaba
duramente a quien salía. Daniel, acostumbrado a ese entorno
miraba el televisor, pero no reparaba en las catastróficas
noticias que aparecían, pues se sentía ajeno a las mismas y no
despertaban en él la más mínima sensibilidad.
Gloria, por el contrario, era la última en situarse y despertaba
miradas de su suegro que trataba de ignorar. Ella mantenía
el talante en calma y trataba de exhalar un sosiego que era entorpecido
por la atmósfera enrarecida que habitaba su hogar.
Graciela ya hacía tiempo que se había percatado de ello, y siempre
trataba de mantenerse al margen.
Una vez habían empezado a comer, Matías comenzaba su
habitual despliegue de comentarios impertinentes.
- Espero que la próxima vez elijáis un sitio para celebrar tu
cumpleaños – dijo con brusquedad.
- No creo que a nadie le molestara ese día – respondió Gloria
cabizbaja.
- No me estaba dirigiendo a ti.
Daniel sin separar la mirada de la comida, dijo:
- Trataré el próximo año de tener el suficiente dinero como
para poder prescindir de esta casa.
Matías comenzaba a airarse como era habitual en él. Se sentía
desafiado constantemente.
- Eso es lo que tienes que hacer, bastante habéis chupado
del bote.
El silencio impregnó la atmósfera. Matías después de haberse
cerciorado de que ninguno de los dos le iba a rebatir, prosiguió
comiendo. Gloria se había acostumbrado a morderse la
lengua constantemente, era un tema que le abría la herida una
y otra vez. Cuando murió Julián no pudieron hacer frente a los
gastos de su casa y no les quedó más remedio que trasladarse
con los abuelos del muchacho.
Una vez transcurrida la comida, Graciela retiró los platos y
sirvió los cafés. Esta vez no ajustó la temperatura al gusto de
Matías y fue reprendida por ello. Gloria por otra parte, le agradecía
con una sonrisa la amabilidad con la que le atendía. Daniel
también tomó café, estaba cogiendo el hábito de tomarlo
después de comer mientras conversaba algún tema con su
madre.
En esa sobremesa, Daniel, le confidenciaba a su madre que
había hablado con su tío Nicolás, y que le había facilitado una
entrevista en un prestigioso bufete. Gloria frunció el ceño, no
quería que su hijo consiguiera cosas a través de esa vía, pero
Daniel estaba atrapado en su entusiasmo. Por otro lado, tampoco
quería quitarle la ilusión a su hijo, pues había estudiado
mucho y había puesto empeño en lo que quería. El principal
miedo de Gloria era que su hijo se contaminara de ambiciones,
que no viera más allá de sus objetivos y que se perdiera la simpleza
de la que podría gozar. Difícil era encauzarle. Se sentía
sola en el empeño. La falta de la figura de su padre hizo cojear
una transmisión de valores que ella por sí sola, no era capaz de
realizar. Ya bastante tenía con que no cogiera los hábitos de su
abuelo, siempre negativo y arisco.
Daniel se levantó y se dirigió a su habitación. En unas horas
había quedado con Samuel para tomar algo y le gustaba tener
tiempo para arreglarse y elegir la ropa que ponerse.
Gloria tenía que ir a trabajar, pero tenía un breve respiro
para recostarse sobre el sofá del salón y deleitarse con libros
de poesía mientras terminaba de saborear el café. Matías se disponía
a recrear su ritual diario. Se retiraba a un rincón del salón
apagando previamente el televisor. Se sentaba en una mecedora
quedando de frente a una ventana y situándose de tal manera
que no había posibilidad de ver su rostro. La única manera era
acercándose a él, pero en cuanto se percataba, se giraba para
ordenar el más absoluto silencio. Durante dos o tres horas el
silencio impregnaba la casa. Graciela era muy cuidadosa de no
hacer ruido. Gloria, acostumbrada a esa situación aprovechaba
para leer todo lo que podía, ya que no podía interrumpir con
la práctica de su instrumento favorito. Familiarizada con la situación,
Gloria, trataba de evadirse disfrutando de lecturas inspiradoras
y reveladoras.

Desde que fue despedida del conservatorio, tuvo que levantar
el vuelo dando clases particulares. Jamás entendió su
marcha, pues sin explicación alguna, la invitaron a salir del sitio
donde más realizada se sentía. Ante tal situación optó por dar
clases en la casa, pero Matías se opuso irremediablemente.
Consiguió dar clases en domicilios de personas muy acomodadas,
pero éstas eran menores que las que en cambio, sí hubieran
accedido a ir a su casa a reforzar o aprender el dominio del
piano. Eso implicó que su aportación económica no fuera
como antes, sintiéndose aún más reemplazada si cabe en la casa
donde habitaba. Todo ello aportaba más poder a Matías, pues
su capacidad de anular era evidente.
Gloria, amoldada, no fue capaz de perder la capacidad de
disfrutar con las pequeñas cosas. Todo adquiría una grandeza
extraordinaria, todo era intenso siempre y cuando se dejara llevar
por su deleite. A veces, entre sus lecturas, quedaba absorta
en sí misma acariciándose su cabello ondulado. Perdía la mirada
entre ensoñaciones. Recordaba pues, su juventud, su manera
de ver la vida, y cómo no, su marido ya fallecido. Proyectaba
lo que hubiera sido su ideal de familia, siempre en armonía,
impregnado de coherencia. Todo un apoyo mutuo para ir escalando
las dificultades que la propia vida ya trata de prestar.
Pero la realidad era distinta. Su amor por su hijo le inyectaba
ganas e ilusión, pero experimentaba la soledad más cruda,
aquella que se manifiesta en medio de la multitud. Después se
perdía en el recordatorio de una misión encargada. Iba a mediar
en una transmisión más allá de lo establecido, allende a normas
o criterios petrificados. Un manantial que provenía de la ardua
tarea de conocerse a uno mismo. Un regalo que no todo el
mundo estaría dispuesto a recibir, pues incluía la incomodidad
de ponerlo en práctica para determinar su alcance.

Nuevamente emergían las dudas, quizás Daniel no estaba
preparado, pero el momento había llegado, era cuestión de encontrar
una rendija para hacer la transmisión, un momento que
Gloria no era capaz de encontrar.
Daniel, ajeno al estado dubitativo de su madre, se disponía
a prepararse para acudir a la cita con Samuel. Solían quedar en
el centro de la ciudad para tomar algo. A Daniel le gustaba arreglarse,
siempre con la ensoñación de que apareciera Cristina y
poder sorprenderla con su imagen. En ese sentido se sentía superior
a su amigo Samuel, pues a diferencia de él, era más alto
y tenía más talante. Desprendía atractivo y cierta elegancia. Su
cabello se aproximaba a un tono rubio y le resaltaba el color
claro de sus ojos. Samuel era más campechano, de cabello moreno
y con greñas, vestía muy casual y no gustaba de aparentar
a los demás. Aunque había diferencia entre los dos muchachos,
cierto era que se llevaban muy bien y se comprendían a la perfección.
Rara era la vez que discutían y se compenetraban fácilmente.
Daniel acudió a la cita en su coche, que dejó aparcado en el
parking. Fue hasta el bar irlandés donde se solían reunir todos
los amigos para tomar unas cervezas. Samuel llevaba tiempo
esperándole mientras jugaba una partida al billar. Nada más llegar,
Daniel, sin que se percatara Samuel de su presencia, le dio
un toque en el codo mientras éste se disponía a dar a la bola.
Samuel se volvió, y al ver a su mejor amigo, soltó el palo de billar
para darle un fuerte abrazo.
- ¿Qué tal, Samu?
- Ya era hora de que llegarás, ¿no?
- Ya sabes como está el tráfico a estas horas.
- Sí claro, el tráfico, siempre la misma excusa…
- En serio, cualquier día te lo demuestro.
- Sí, y también lo que tardas en vestirte y arreglarte ¡Cómo
si fuéramos de boda!
- Oye, cualquier ocasión es única para estar arreglado.
- Sí, pero ya llevo tres cervezas por esperarte, luego no digas
que te empiezo a decir tonterías.
Se empezaron a reír y tomaron sitio en la mesa en la que se
solían sentar. Daniel trataba de averiguar si aparecería Cristina,
pero ninguno de los presentes sabía nada.
Pidieron una ronda, y comenzaron a entablar conversación
preguntándose cómo les iba. Cada uno solía exponer sus expectativas
y deseos por alcanzar. Rondaban una edad en la que
la premisa era qué hacer con sus vidas, cómo encauzar todo
hacia aquello que anhelaban. En el círculo de Daniel había de
todo, desde más conformistas hasta más ambiciosos. El grupo
estaba conformado por tres amigos de Daniel. Eran de clase
media y casi todos provenían de familias muy trabajadoras. Daniel
era el único que resaltaba en el sentido de ciertas comodidades
y ventajas, de lo que los demás no disfrutaban. Eso era
algo que a priori no repercutía en la relación con sus amigos,
pues hasta ahora había sabido encajar en el grupo, y tan sólo
había fricciones en cuanto Daniel exigía ser el centro de atención.
Comenzaron a tomar las cervezas y Daniel sacó a relucir la
posibilidad de una entrevista de trabajo.
- Mi tío me va a facilitar una entrevista en un prestigioso bufete.
- ¿En serio? – respondió Samuel.
- Felicidades, Dani – dijo Esteban.
- Ahí tienes una gran oportunidad – agregó Luis.
- Sí, la verdad es que es una buena noticia y tengo muchas
ganas de comenzar a ganarme la vida sin depender de nadie.
- ¿Lo dices por tu abuelo? – preguntó Samuel.
- Es en general Samu. Sé que tengo muchas cosas que agradecer,
pero por otro lado, necesito salir y conocer mundo.
- Si yo fuera tú – continuó Samuel-, montaría un negocio.
- Aspiro a algo más – replicó Daniel.
- Es a lo que aspiro yo, Dani – contestó Samuel-, y además
lo voy a enfocar a reparar ordenadores.
- Pero ten en cuenta –prosiguió Esteban- que para eso tienes
que invertir.
- Sí, y además que sepamos tú no tienes dinero ahorrado –
sentenció Daniel.
Samuel comenzó a airarse por momentos. Él sabía de su
poca disponibilidad económica y le encendía que los demás no
le comprendieran.
- Lucharé por ello, por eso no os preocupéis.
En ese momento, Samuel tomó un trago y trató de utilizar
esos segundos para tranquilizarse. Luis era el más reservado y
su sueño era dirigir una biblioteca.
- Yo espero estar rodeado de libros – dijo Luis.
- No veo qué interés encuentras a eso –respondió Daniel-,
debe ser de lo más aburrido.
- Pero es su sueño –intervino Samuel.
- Ya, pero la vida es para aprovecharla y llegar a lo más alto
– dijo Daniel con tono serio.
- A lo más alto, ¿de dónde?- preguntó Samuel con sarcasmo.
- A lo máximo que pueda llegar una persona, no hay que ser
tan conformista como tú.
Esteban, observando cómo se caldeaba el ambiente por
momentos, se pronunció al respecto.
- A ver chicos, cada uno tiene que hacer lo que quiera con
su vida, y todo es respetable. Yo, por ejemplo, seguiré con la
zapatería de mi familia, así que cuando queráis un zapato nuevo
ya sabéis adónde ir.
En ese momento comenzaron a reír y empezaron a disiparse
ciertas tiranteces. Esteban volvió a retomar la conversación
invitándoles a su casa a comer. Samuel se levantó para
atender su móvil y salió a la calle. Para cuando volvió a la mesa
ya habían terminado la ronda y se apresuraron a pedir la segunda.
- ¿Quién era? –preguntó Luis.
- No es nadie, un compañero pesado de la academia.
- Ya, ya…, alguna compañera querrás decir – comentó Esteban
sonriendo.
Samuel poniéndose medio colorado se levantó a indicar al
camarero que incluyera una cerveza más en la ronda.
Daniel, ajeno a la respuesta no verbal de Samuel, se perdía
en su imaginación acerca de sus sueños como abogado. De repente
recibió un mensaje por el móvil de Cristina. El mensaje
decía que no contaran con ella porque le había surgido algo y
le iba a ser imposible. Daniel sentía como se llenaba de nubes
por dentro. Un día más perdido hacia la cercanía de la chica
que despertaba en él un máximo interés.
Al cabo de unas horas, acudieron a cenar a otra zona de
tapas. Ya los temas de conversación eran más variados, y no
predominaba la elección individualista del porvenir. El bullicio
embriagaba el ambiente en el que estaban, y el cruce de personas
aturdía la atención prestada en las conversaciones. Daniel
cambió la cerveza por el refresco, ya que en pocas horas cogería
de nuevo el coche para ir a su casa. El resto siguieron con sus
rondas, casi todos vivían próximos a la zona, y todos -incluso
Luis que era el más tímido- comenzaron a animarse y bromear
constantemente.
Daniel sentía que le faltaba algo. Había sentido una ilusión
cuando se arreglaba en su casa, que ahora se diluía en el ambiente
ensordecedor. Aguantaba el tipo; si por él fuese en ese
momento ya se habría largado, poco tenía ya que hacer y además,
él ya estaba en otra onda respecto a sus colegas que no
paraban de tomar cervezas y elevar el tono de la voz.
Al entrar la madrugada, Daniel se despidió. El resto le insistían
a quedarse y terminar la noche, pero él mantuvo su posición
de querer irse a casa y aprovechar el día después. Samuel,
Luis y Esteban, notablemente afectados por el alcohol, siguieron
su rumbo hacia los bares de copas. Daniel retomó el camino
hacia el parking y retornó hacia el ambiente en el que
había crecido desde los tres años.
Ya dentro del coche, experimentaba cierta cojera en su felicidad.
Se decía para sí mismo que si fuera acompañado de
Cristina, todo adquiriría un carácter más relevante. En ese momento
se imaginaba ocupando un puesto que hasta ahora no
le correspondía. Ensoñaba cómo junto a su imaginaria novia,
volvían a casa en su coche, dejando atrás a unos amigos que se
conformaban con cosas muy sencillas de la vida. Proyectaba
incluso cómo entraban en pequeñas discusiones comunes de
pareja, en el que él se reafirmaba frente a ella. Todo ello se recreaba
hacia un lado de la mente, mientras el otro permanecía
atento a la carretera. Su deseo era muy profundo. Ya no recordaba
en que momento comenzó a sentirse atraído por ella. Lo
cierto era que se empezaba a alimentar una fijación hacia ella
como a ninguna antes, y cada vez se instalaría más en su cabeza,
haciendo de esa idea una fotografía inmóvil en su psiquis.
Una vez llegó a su casa, toda esa ensoñación se desvaneció.
Volvía a la realidad. Volvía a entrar a una casa envuelta en una
atmósfera de imposiciones. Un ambiente de libertad cerrada,
un amor de su madre que no se esparcía como las fragancias,
chocando contra los muros de la incomprensión y la intransigencia.
Daniel no había desarrollado la capacidad para estas
apreciaciones, ya que miraba por él de una manera propia de
su personalidad. A él no le afectaba lo que siempre había presenciado,
lo catalogó como escenas normales, aunque siempre
intuía que su madre no se sentía con las alas abiertas. Creció
rodeado de necesidades cubiertas, incluso más de las básicas.
Agradecía la ayuda de su abuelo, que nunca era desinteresada,
pero que a él no le molestaba. Todas las miradas iban hacia el
exterior, todo apuntaba hacia fuera, todo lo había que acumular…
Pero no sólo eso estaba a la espera. Había algo que subyacía
de todo lo manifestado y que se apoyaría en palabras para
ser entendido. Algo que no agarraría con las manos, pero que
con la actitud adecuada, se dejaría ser rellenado y permitiría
que algo en él eclosionase. Ese algo permanecía en latencia,
aletargado, a la espera del momento adecuado, o al menos, la
intención era esa.
Ya en la cama algo seguía inquieto en él. Su mente no paraba
de proyectar futuros, imaginarse continuamente, anhelar…
Fue cayendo en el sueño profundo, fue transportado hacia
el mundo onírico, fue dejándose caer hacia lo más abismal de
sí mismo. Todo un cruce de imágenes componía su tráfico de
sueños. Fue cayendo y cayendo hasta alcanzar el sueño sin ensueños,
que sin él saberlo, es un manantial de descanso y reposición
de energías. Necesitaría muchas para encauzar la tarea
del entendimiento, y ajustar en su vida una sabiduría camuflada
en una comunicación que estaba por llegar.









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